jueves, 13 de septiembre de 2012

Rodolfo Alcides Rivarola


    Por Rodolfo de Nevares

    (de la 4ta. generación de descendientes de Enrique
      en la rama de Rodolfo por la línea de Rodolfo A. Rivarola,
       su abuelo)


         Rodolfo Alcides Rivarola murió el 5 de diciembre de 1935 (*), como consecuencia de una enfermedad llamada pénfigo, cuyo síntoma era la aparición de ampollas en el cuerpo, que si bien aparentemente eran indoloras, picaban y había que aliviar esa picazón con cremas. Hoy es curable; en aquellos tiempos no lo era y llevaba inexorablemente a la muerte.

               Dos años y ocho meses antes de morir se había enfermado y debió ser internado en el Sanatorio Marini; en ese momento era el Director del Hospital de Niños, y finalizaba así prematuramente su carrera como médico pediatra.

               Como él era socio fundador del Sanatorio, no debió pagar los costos correspondientes durante un tiempo. Agotado éste, las cuentas del hermano caído en desgracia las continuaron pagando sus hermanos Rivarola y sus cuñados Paz Mariño. Chapeau !

               Agotada también esta vía de pago, se decidió mudarlo a un departamento en la calle Paraguay, que no llegó a concretarse pues murió poco antes.

                Durante su internación en el cuarto No. 4, su mujer Elvira Paz vivía en el de al lado. Mientras tanto sus hijas Elvira y María Elena se instalaron en la casa de sus abuelos, Leocadio Paz y Carmen Mariño    Bascary, en la calle Montevideo entre Santa Fé y Arenales.

                 Cuando Rodolfo A. murió, Elvira Paz y sus hijas alquilaron un departamento en Rodriguez Peña 1351, 1er. piso, y luego, cuando se casó Elvira (hija), se mudaron a Viamonte 682.

                  El problema económico que surgió cuando Rodolfo A. murió, fue que él tenía un seguro en oro, cuya última cuota fue pagada por sus hermanos y cuñados en pesos. Cuando la compañía de seguros debió cumplir el contrato, lo hizo en pesos también. Ante esta circunstancia, Leocadio Paz (hijo) aconsejó no hacer un juicio a la compañía aseguradora, pues si bien podía ganarse, en el interín ¿de qué iban a vivir la viuda y sus hijas?

                Personalmente pienso que este asunto del oro y los pesos se debió a que en la crisis y la depresión del 30, se terminó la convertibilidad del peso y su consecuencia sobre los contratos en metálico fue inevitable.

                 Eduardo Paz, sobrino segundo de Elvira, les dio una mano, pues como militaba en el partido conservador y era un conspicuo dirigente, les consiguió por los años 40 una pensión que provenía de la Lotería. No era esto un jolgorio en las jubilaciones como el actual, pues Elvira Paz y sus hijas debieron ir las tres juntas en una oportunidad al Congreso a declarar los motivos por los cuales cobraban esa pensión.

                 Los años pasaron y las hijas casaderas de Rodolfo A. mejoraron su suerte. Se casaron con dos jóvenes distinguidos de la sociedad porteña, Jorge A. Peró Gayan y Guillermo F. de Nevares. No me corresponde hablar de mi padre, pero sí puedo afirmar que Jorge Peró era un hombre culto, inteligente, digno, y además, pintón.

                Rodolfo A. tenía además el talento de un poeta. Sus colegas le llamaban el médico poeta. Más adelante espero tener un tiempito y transcribirles los pocos poemas que me pasó Mamá, entre ellos uno que se llama Canto a la Patria, escrito para el 25 de Mayo de 1906, que obtuvo la medalla de oro del primer premio en el Certamen Literario de los Estudiantes, y que fue impreso en un cuadernillo.

                 En 1937, en el homenaje que se efectuó al descubrir la placa en la bóveda en la Recoleta, el Dr. Pedro Chutro en su discurso expresó
   
           " Rivarola, que descansas en paz, .... Naciste para las letras, pero obedeciendo a una vocación insospechada, te entregaste de lleno al estudio de la ciencia del dolor, en la que descollaste desde el primer día...."

          Es una gran pena que nuestra generación no haya tenido la oportunidad de conocer a Rodolfo A. Rivarola.

(*) a la edad de 49 años.

      

1 comentario:

  1. Me gustó mucho tu recuerdo tan sentido para con un abuelo al que no conociste, pero de quien -se advierte- te han hablado mucho. Mi padre, el Gringo -que lleva su nombre y que además de sobrino, era su ahijado- siempre lo recordaba con muchísimo respeto. Un abrazo cálido. Rodolfo.

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