martes, 15 de mayo de 2012

La casa de mi abuelo


En la entrada anterior Carlos H. (Carlitos) nos dejó una nostálgica mirada de la que fue la casa de su infancia, la de su padre y sus hermanos, que escribió en el año 1966. Unos 10 años antes, mi padre, Rodolfo -el Gringo- en diciembre de 1956 también le dedicó unos versos a ese acontecimiento impactante que debió haber sido la demolición de esa misma casa. Me pareció que podría ser un buen acompañamiento para el texto de Carlitos.

                       "  Estan demoliendo la casa de mi abuelo.
                       "  La casa con balcones; la casa con jardines,
                       "  Estan demoliendo la casa de mi abuelo.
                       "  La casa con cocheras; la casa con jazmines.

                       "  Allí vivieron muchos, allí nacieron otros,
                       "  Los hijos estudiaron y, casados, se han ido.
                       "  Multiplicados nietos llegábamos nosotros,
                       "  Creciendo con el tiempo, creciendo el apellido.

                       "  Innumerables libros, que hace mucho no vemos,
                       "  del estudio profundo; del estudio erudito,
                       "  con códigos propios y códigos ajenos,
                       "  por quien ya sabe ahora lo que es el infinito.

                       "  Palmeras y escaleras; ventanas y baldosas,
                       "  muy pronto solo polvo de recuerdo serán.
                       "  Aquí la biblioteca; allá, las otras cosas,
                       "  al pasar por la calle, desnudas se verán.

                       "  El progreso es terrible si destruye lo viejo.
                       "  Si eso es vida, dolor es vivir.
                       "  Yo aquí, tan solo escribo y cobarde los dejo,
                       "  que maten la casa; ella debe morir. "

La casa de Papá


                                                                     Escrito por Carlos H. Rivarola
                                                                         ( en Octubre de 1966)

     Nos ha sido dicho y enseñado que para que el árbol pueda cumplir su destino de elevar su tronco vigoroso y recto hasta que su copa alcance el límite donde empieza el cielo, para que sus ramas crezcan y se multipliquen -creced y multiplicaos- y florezcan y se cubran de nuevas y verdes hojas, y juntas reciban la tibieza de los mismos soles y la frescura de las mismas lluvias, y juntas y unidas soporten las violencias de las mismas tempestades, es conveniente que hunda sus raíces profundas con fuerza, siempre en la misma tierra; que se haya elegido bien esa buena tierra y que se evite el apresurado trasplante artificial que la madre naturaleza nunca se ha atrevido a hacer por sí misma.

    Así la familia. Así el árbol familiar necesita también de "la casa" que lo simboliza y lo materialice al mismo tiempo; de la casa que debe ser "plantada" y no movida del mismo suelo, tocando la tierra y hundiendo en ella sus cimientos -sus raíces- hasta el estrato firme que asegure su perenne solidez; la casa que hoy necesitamos llamar "individual", o tal vez definir con nuevos e inarmónicos términos como "vivienda unifamiliar" para diferenciarla de las otras; lo que antes solo nombrábamos sencillamente "la casa", o a veces ceremoniosamente "la casa paterna", o mejor aun y entre nosotros, solamente "la casa de papá".....

   (He escrito estas palabras sentado ante el mismo escritorio que lo vió tantas veces, en álbas como ésta, escribir y pensar, pensar y escribir.....- Quiero juntar aquí, con ayuda de este viejo roble hecho tabla y gavetas, para mis hermanos y para sus nietos, algunos de mis recuerdos de la casa de papá, que por mi condición de hijo menor sólo pueden alcanzar a sus últimos veinticinco años. Años que coincidieron con los primeros de mi niñez y con los posteriores de mis ojos abiertos a la vida, atentos a su figura, absortos ante su muerte.....).-

    La casa de papá ahora no existe. Ya hace tiempo que arrancaron los ojos de sus ventanas y volteraron sus muros, inútiles huesos del esqueleto vacío. En su lugar se levanta ahora una moderna clínica -la que provocó el verso de Pepe- en la cual como es ya costumbre, existe un piso de maternidad. La clínica lleva el mismo número que nuestra casa: Coronel Diaz 2211.- Y allí vienen al mundo otras nuevas vidas como siguiendo el imperativo de la vieja casa: creced y multiplicaos. Porque en ella, en los años que fue de papá, nacimos sus últimos siete hijos, el primero de Horacio y la primera de María Enriqueta; y por último Beatriz Shilken, hija de nuestra prima Fabiola Tarnassi. Y ahora también, entre los nuevos hijos de otros padres -que en cierto modo quedan así ligados a nosotros- han nacido allí un nieto de Eduardo y un nieto de Pepe.

    Estuve en esa clínica hace casi tres años a visitar a un amigo enfermo -médico y valiente- después de una grave operación que no pudo evitar la causa de su fin. Me llevaron por un pasillo que daba a la calle Juncal, en el segundo piso, hasta la habitación en la que él estaba. Y luego, al mirar por su ventana y rever la imagen tan familiar desde el ángulo visual de la intersección de las dos calles, calculé mentalmente la altura de esos dos pisos modernos, recordé los altos techos de la planta baja de nuestra casa, y sentí que los años corrían hacia atras vertiginosamente.... Porque el espacio de aire en que estaba parado, no ya el mismo aire pero sí el mismo espacio, correspondía exactamente al cuarto de la esquina donde murieron mamá y papá, donde nacimos Pepe y yo. Algo de ese espacio permanecía siendo mío, siendo propiedad de mis recuerdos. Porque se puede trasmitir el dominio del suelo y la posesión de lo material, de lo tangible. Pero este espacio, fuera del tiempo, donde respiré el primer aire de mi vida y donde papá devolvió el último de la suya, sigue siendo irrevocablemente mío, intrasmisiblemente nuestro....

    Los años corren hacia atras vertiginosamente. Estoy en este mismo cuarto; mamá enferma en su cama que, mucho después reconocí, cuya cabecera apoyaba en la pared ochava de la esquina. Tengo poco más de tres años entonces. La veo solo un instante, como a través de un velo denso. Después su figura y su nombre se hacen para mí ausencia, esperanza, rebelión. Luego leyenda....Sé que a mi lado está el otro cuarto que fue el último dormitorio que usó papá y también el último que años después sería de Mario hasta su muerte. He salido al pasillo que se extiende delante de mis recuerdos. Reemplazando a las nuevas paredes que se esfuman y transforman como en un sueño mágico, en mi memoria se van enhebrando en él como perlas de un rosario la hilera de nuestros cuartos ("....cada cuarto es una perla y cada perla un rezo"....). "Aquí vivimos: jugamos, estudiamos, crecimos..." Veo de nuevo el gran hall donde se tomaba el desayuno, la terraza sobre el porch, y a través de ella el jardín. Y como un santuario, ese cuarto más privado, más acogedor y más íntimo: "el escritorio del jardín donde el sol lo encontraba trabajando...." junto a sus libros más dilectos, llenos con los hitos que dejaba su paso por las hojas, orgullosas de la amorosa caricia de sus dedos; rodeado por las fotografías de casi todos sus hijos, retrato de época, algunos con largos vestidos de encaje blancos, uno desnudito y boca abajo con la cabeza erguida, otro con melena rubia y traje de pintor.....

     Mi sombra camina otra vez por el corredor que se alarga hacia el fondo del pasado. Mis pies tratan de no pisar las largas hileras de los ejercitos "aliados" de mis soldaditos de plomo....Está abierta una de las puertas a mi izquierda. Un niño llora. Pero su llanto es el de una nueva vida para mi asombro de tío de siete años. Ha nacido en mi casa y casi tan cerca de mis años como yo de los de Pepe. Ha nacido en un sábado de Gloria, Ana María de la Gloria Rosa, la que después sería Nannina Rosa. Era hija de mi madrina y con ella empezaba entonces la serie de mis "hermanitos", que terminaría otra vez en mi casa, trece años después, cuando Mari vivía de nuevo con nosotros antes de nacer el último de sus hijos. (Todas las noches la ayudaba yo a subir la larga escalera, con su creciente carga, hasta este mismo cuarto donde ya no se oye el llanto de la recién nacida). Atravieso el vano de la puerta y siento que se mueven los años. Junto a la atenta mirada de mi admiración se está vistiendo uno de mis hermanos. Uno u otro, entonces, -Fernando, Eduardo, Pepe- es el "mayor de los solteros"; título que daba el derecho inalienable de ocupar ese dormitorio que abría sus ventanas sobre el jardín, y se bañaba de sol y de luna. Y yo me deslumbro con su jaquet, su plastron, su sombrero de copa que brilla de un modo tan rítmico, tan perfecto....El mayor de los solteros se casa y deja su cuarto al que le sigue en el orden. (Hace en estos días treinta años que terminó mi turno, pero el mío fue un privilegio no exento de melancolía; yo no era el "mayor" sino el "último" de los solteros)

    Estoy ahora al final del corredor y por un instante los ascensores del sanatorio intentan detenerme con su desconocida realidad. Mucho más fuertes, los ojos de mi recuerdo atraviesan sus puertas extrañas.....- Los sigo por un angosto pasillo y reconozco después la vieja galería con su inmensa mampara de vidrios de colores, su gran "roperón" y su asombrosa escalera -que en escala con la casa parecía de juguete- que lleva a los "cuartitos", puestos uno encima del otro como en una torre. Resuenan en ella voces lejanas y nombres antiguos: Berta, Adelaida, Juana.....Fernando está allá arriba fabricando un extraordinario avión biplano o una cantidad de palitos, una maravillosa tela celeste y una extraordinaria paciencia. Puedo oir tal vez el sonido de una guitarra o de algún otro instrumento raro que tocan Octavio y Pepe. Y gritos y algazara: juegos de guerra, de espadachines o de hidalgos montados en escuálidos zancos.... (Manes de Salgari, de Julio Verne, de Alejandro Dumas; del Quijote, de D´Artagnan y de todos los filibosteros del Caribe, yo os recuerdo y os saludo.....). Este es el reino mágico de los chicos: de ellos, que fuimos nosotros; de nosotros que fuimos ellos.

    Mis ojos se deslizan sobre el plano de la casa y noto que puedo, como incorpóreo fantasma, atravesar muros y moverme libremente en el espacio y el tiempo. Estoy otra vez en el hall y en lo alto de esa escalera que me dispongo a bajar. Recorro una vez más sus treinta y siete escalones que mis pies conocen como los de los ciegos: seis, cinco, seis otra vez y luego catorce. Los he subido a oscuras en el silencio de la noche, tantas veces. Los he bajado a saltos, o sentado acaballo en la última curva de su lustrada y suave baranda. Alguien empieza a bajar lentamente delante mío: reconozco la cabeza y la espalda de papá, que de pronto da una voltareta y cae sin que mis manos estiradas y rabiosamente impotentes puedan detenerlo. Papá tiene más de setenta años pero milagrosamente su caida no tiene consecuencias. (Desde entonces, sin decirle nada, siempre bajo delante de él, agarrado fuertemente a la baranda, listo para recibirlo en mis espaldas).

    Como un caleidoscopio, basta un movimiento imperceptible para que cambie la escena. He llegado al pie de la escalera, en lo alto del arranque inferior que dibujé muchos años después. Veo desde allí el casamiento de Mari. Hay mucha gente en "el vestíbulo del techo pintado de cielo" y el altar está puesto en la sala, sobre la pared de Coronel Diaz, lleno de flores blancas. Pero de pronto veo que no esta más la escalera, que nunca estuvo "antes"....- Porque "antes" solamente el cielo ocupaba el espacio de ese piso alto que luego lo encerro entre sus muros para llenarse con la felicidad que le pedía y con el dolor que no le negaba.....("Casamientos, nacimientos, muertes, Vida....").

    Porque papá había comprado la casa en 1896 para fundar con mamá, y junto con sus cuatro primeros hijos, la gran familia que luego fuimos, donde todos tuvimos sin distingos la misma madre. Y a la par que crecía la familia, como en una emulación de hijos y de cuartos, también crecía la casa hasta alcanzar la imagen que he dibujado, cuyo volumen externo completó en 1905 con esa planta alta donde empezó mi viaje al pasado, llegando recién en 1921 a la distribución final que he hecho en el plano y que es la que más recordamos. Ya los hijos mayores habían comenzado a su vez a formar nuevos hogares, aún antes de que naciéramos los últimos. Y entonces la casa, que de pronto veía disminuir la cantidad de sus habitantes por los sucesivos casamientos de mis hermanos, en una transmutación interna y generosa de sí misma formó un inmenso dormitorio para sus otros hijos, los libros, en esa biblioteca que llenó de admiración a nuestros ojos de niños y también a los de tantos ilustres visitantes.- La biblioteca fue desde entonces como el Aula Magna, (todas eran aulas donde él estaba), la de las grandes reuniones familiares: el centenario del abuelo, los ochenta años de papá, el largo y doloroso desfilar de tanta gente ante su féretro, puesto en diagonal en el ángulo de la esquina, rodeado de sus hijos y de sus libros. (En el mismo lugar en que estuvo velando al único de nosotros que se fué antes que él. Tenía en su corazón un rincón de preferencia para Rodolfito......)

    Pero fueron esos otros hijos fieles los que se quedaron hasta mucho después de su muerte, y hasta mucho después de la muerte de Mario. Cuando ya la casa quedaba vacía, cuando las demás habitaciones estaban desnudas de muebles y adornos, cuando solo los ecos de voces ausentes resonaban en los viejos muros como viejos fantasmas, ellos se aferraron a la casa como defensores del último baluarte, sin poder comprender que tenían que dejarla, sin darse cuenta que se habían quedao solos y que su obstinación ya no tenía sentido.....-

    Muchos recuerdos felices evoco: el comedor viejo -el que fue parte de esa gran biblioteca- y el nuevo comedor que hizo Jorge donde era la ala del billar, al que agragó una terraza que lo continuaba hacia el jardín. Las dos fiestas más importantes de la casa eran en verano: el cumpleaños de papá, cuando el jardín "se vestía de jazmines" y la madreselva y la glicina y la magnolia le regalaban su perfume; y la noche del último día de cada año, cuando esperábamos ansiosos la primera sonora campanada de las doce y yo corría a batur furiosamente el gong. (Ese mismo gong que está indicado en el plano y que ahora tengo otra vez en mi casa por regalo que me hizo Chiquita Luro después de la muerte de Clelia). Y luego, todos nos deseábamos otro "feliz año" y salíamos al jardín a buscar nuestra "estrella"; y jugábamos con fuegos de artificio y "cañitas" y "buscapiés" hasta que por último, precedido de un silencio espectante, de la respiración contenida, de las miradas de nuestros ojos que se achicaban por el sueño y se agrandaban por el asombro, desde la "plataforma de lanzamiento" de los brazos de los más altos, levantaba su vuelo "el globo", jueguete peligroso que entregábamos a las manos del viento y que se perdía luego en la noche estrellada, djándonos una sensación de zozobra que llevábamos hasta la almohada: ¿que incendio causaremos cuando caiga?.....-

    Estoy contemplando ese cuadro parado en el porch de las altas columnas. Como si diera vueltas las páginas de un viejo album van cambiando las escenas. A mis pies, sentados en los blancos escalones hay unos chicos -siempre distintos- posando entre risas para un grupo fotográfico.-

    Pero las imagenes estan superpuestas en mis recuerdos como si todas las páginas del album fuesen transparentes.....Hay un enjambre de niñas vestidas de blanco con bonetes de colores y globos, sentadas en blancas sillas y blancas mesitas: es la fiesta de "las Nanninas" en 1925 o 1926. Juegan entre las flores, sus hermanas, por los senderos que bordean los canteros de la madreselva, de las palmeras, del jazmín del cielo.... En el contorno, unos chicos mayores (otro año, otro día) corren furiosa y peligrosamente vertiginosas carreras en bicicleta. Más allá, atras de la balaustrada, resuenan como coñonazos los "goles" que pegan en la cortina metálica del garage, en la que hace las veces de cancha de futbol, la entrada de autosm todavía adoquinada, donde el declive daba ventaja al "equipo" que jugaba en contra del portón de la calle. Y más lejos -luego borrado, para siempre y para mí tempranamente- el otro ruido acompasado y envuelto en un velo respetuoso de admirativo silencio: estan jugando al tenis "los grandes". Con ellos, algunas y algunos que luego brillaron en otras canchas y en otros torneos....Puedo ver también al fondo, esa especie de "chalet" que había encima de los garages; y atras de ellos, un depósito con unas divisiones que en otro tiempo, un tiempo que para mí pertenecía a la historia de la casa, un tiempo legendario, casim increíble, se utilizaba para guardar los petizos "verdaderos" que montaron cuando chicos los mayores de mis hermanos. Aquí fue donde "hicimos las primeras incursiones en el reino de los misterios....."

    Ahora el jardín está dormido bajo la mirada vigilante de la luna. Exhala su perfume antiguo la glicina de la verja. Alguien salta por arriba de la puerta de hierro, con la complicidad amistosa del sereno: nos hemos olvidado la llave grande....o nos hemos escapado sin ella.

    Esta otra es una mañana luminosa de diciembre de 1937. Papá cumple 80 años. Mi sombra está a su lado en este porch desde el que contempla, lleno de felicidad tan merecida, la entrada en desfile que por esa puerta hacen sus nietos, dirigidos por Mari y por Clelia, con regalos por el Gran Abuelo.....(Esa misma puerta que ahora tiene abiertas sus dos hojas para que salga por última vez el "Viejo Tronco" llevado por los brazos de sus ramas desgajadas....También es primavera. Lloran las rosas y las fresias y las calas, que estan recibiendo la visita y el saludo acongojado de una inmensa cantidad de flores blancas aprisionadas en los duros ropajes de sus verdes coronas).

    Desde esta atalaya del recuerdo miro como se aleja el imponente cortejo y oigo los últimos ecos del resonar de los cascos de los caballos en el empedrado de Coronel Diaz.....

     Después el jardín está solo, recogido en su Gran Silencio. (Casi puede escucharse el llanto de las flores....) Pero de pronto parece como si una niebla espesa oscureciese el cielo, como si fuese una negra noche sin luna y sin estrellas. Ya no puedo ver las imagenes del viejo album....Papá se ha ido y no volverá nunca más. Sin su presencia, el jardín y la Casa quedan vacios.

                                               " Y esta es su historia que ninguno olvida:
                                               " Nacimientos, casamientos, muertes.....Vida.
                                               " Alegrías y dolores en ella cupieron,
                                               " (los hijos vinieron, crecieron, se fueron.....)
                                               " El aire vacío conserva visiones
                                               " de ausentes muros, flores y balcones.
                                               " El tiempo la fue haciendo y el tiempo la ha llevado
                                               " su historia sencilla, ahora ha terminado "




martes, 8 de mayo de 2012

La Italia de Enrico Rivarola y las razones de su venida a América


     Me han llegado desde Génova, enviadas por Filippo Bennicelli (marido de Florencia Rivarola) unas palabras escritas por Enrique (Enriquito) Rivarola al conmemorarse en el año 1979, los 150 años del nacimiento de Enrique, el fundador de nuestra familia aquí, en la Argentina, con destino a ser incluídas en  este blogg destinado a reunir recuerdos, comentarios y anecdotas de la misma, sobre todo para el conocimiento de las generaciones que siguieron a las primeras. Me limito simplemente a transcribirlas:

    " No por ser el más viejo de los nietos (que no lo soy), sino quizá como tercer Enrique en línea descendente, he asumido la grata responsabilidad de hablar en esta conmemoración de don Enrique Rivarola, nacido el 28 de agosto de 1829, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo y cuarto abuelo en el hoy frondoso ramaje de nuestra familia.

     Nada sustancial puedo agregar, a las justas, sobrias y emocionadas palabras con que mi tío Rodolfo evocó su figura en oportunidad de centenario del nacimiento. Recuerdo aquel lejano agosto de 1929. Entonces vivía toda la primera generación, excepto una María Luisa (por nuestra bisabuela María Luigia Codevilla) que murió en 1861. Hoy se encuentran extinguidas las ramas de Camilo y desde hace pocos días la de Alfredo, con el fallecimiento de Sarita. Las seis ramas restantes se han multiplicado en tal medida, que ahora sería imposible congregarnos todos en cualquiera de nuestras casas particulares.

     A los datos documentales, Rodolfo unió los recuerdos de su niñez y de su juventud, para trazar los rasgos de la personalidad de su padre. Nada podría agregar en sustancia, repito, a ese cuadro tan vívido; pero sí puedo hacer algunas acotaciones, fruto del cariño y de la curiosidad por la vida del abuelo a quien desgraciadamente no llegué a conocer.

     Muchas veces he meditado sobre un aspecto algo misterioso de su biografía. El de los reales motivos que tuvieron para emigrar aquellos hermanos genoveses: Esteban, Enrique y entiendo que juntamente Domingo, perdido en el Paraguay, según oi decir el casa de mi padre. Me he preguntado sobre ello y he procurado acercarme un poco a los hechos, para indagar su sentido y hallar una explicación verosimil. En el año de su llegada al Rio de la Plata, 1848, no había ni en Italia ni en la Argentina una política migratoria y nuestro país semidesértico ofrecía muy azarosas opciones de prosperidad. ¿Porqué eligir un destino tan remoto, abandonando el asiento secular de la familia y despojándose en tierra desconocida del "status" que revestían en su ciudad natal?

    El "status" puede deducirse del sólo hecho de la instrucción recibida. La cifras estadísticas correspondientes al año 1861, treinta años después del nacimiento de Enrique, daban para el nuevo reino (que no comprendía Roma ni Venecia), una población de 22 millones de habitantes, con un 80% de analfabetos; un total de 6.500 estudiantes universitarios y sólo un 6 por mil de estudiantes secundarios (poco más de 130.000). El joven ligur, que traía en sus maletas libros de Horacio y Cicerón, que conocía el latín y podía escribirlo en prosa y en verso, pertenecía sin duda a un estrato privilegiado de la sociedad de su tiempo. Por algo los críticos de la cultura italiana de entonces dijeron que la escuela había sido "un instrumento de clase". De clase no necesariamente opulenta pero sí de un nivel social por encima de lo modesto. ¿Porqué entonces desarraigarse, dejando amigos, afectos, vínculos espirituales, todo un capital humano, para instalarse en un país sin organización constitucional, con un territorio en gran parte dominado por el indio, sin serios proyectos de desarrollo industrial o agrario y con un bajo nivel de intercambio comercial?

    Recuerda Rodolfo haber escuchado de su propio padre la escueta versión de que el viaje, motivado en la situación política, fue sugerido por el temor de la madre y la prudencia del hermano.

    Y bien: si nos detenemos a mirar el panorama de los estados italianos y especialmente el de la Liguria en las décadas del 30 y del 40, encontramos ámpliamente corroborada esa motivación. No solo eso: podemos determinar con certeza el credo político de nuestro abuelo.

    Es necesario recordar que la causa de la unidad del país, que conmovió el espíritu de los italianos desde principios del siglo XIX, fue por demás compleja. No fue la causa de un pueblo movido por un objetivo común bien definido y agrupado masivamente al lado de sus líderes. La causa de la unidad estuvo desde el comienzo teñida por ambiguedades y contradicciones que sembraron la duda en quienes querían pasar del pensamiento a la acción. Y es bien sabido que la duda genera angustia.

    Años de confusión y angustia fueron los que vivió Italia desde el día del nacimiento de Enrique hasta el de su partida para Buenos Aires, en algún mes de 1848.

    En efecto: el fin prioritario de la unidad era más claro como especulación retórica que como realidad política y social. Italia era, por cierto, una unidad geográfica afirmada en su conformación peninsular. Pero en cuanto a su unidad histórica, había que remontarse a la antiguedad para invocarla; y para sentirla como ideal patriótico era necesario un trabajo de imaginación que solo podían cumplir los que habían tenido acceso a la cultura. Desde el medioevo y durante el Renacimiento los Estados en que se dividía la peninsula su habían consumido en rivalidades sangrientas. No había unidad linguistica y las lenguas locales, a pesar de su común origen, no servían para la comnunicación entre los pueblos. Fue dificil y muy controvertida la elección de aquella que debía ser la de todos los italianos. Si en Italia se ha producido "un milagro" en la acepción terrenal de la palabra, es el de la difusión efectiva del toscano como idioma nacional. Tampoco había unidad económica, por el desigual desarrollo de la agricultura; y ya existía la oposición norte-sur, que hoy se manifiesta con agudas repercusiones.

    Además, un problema dividía a los soñadores de la unidad: ¿quien debía ser el ejecutor? ¿el jefe de algún Estado italiano? ¿el pueblo? ¿una potencia extranjera? Y también, por encima de todo, otro ingrediente contribuía a dificultar el compromiso de intelectuales, gobernantes y políticos: el liberalismo.

    Gran parte de los conductores del movimiento eran iluministas y querían que la unidad se alcanzara bajo el signo democrático, ya fuera en una república o en una monarquía constitucional.

    Por razones históricas, Génova era de tradición republicana. Anexada por el Tratado de Viena al reino Sardo Piamontés, su opinión pensante se encontraba particularmente sensibilizada con los ideales de independencia y libertad. En otros términos, "la Soberbia" (la "Super Génova", como la llamaban antaño), vencedora de Pisa y rival de Venecia, vivía desde hacía mucho bajo el poder extranjero. Es natural entonces que los dos máximos líderes genoveces de la causa unitaria fueran republicanos y liberales: Mazzini, el ideólogo y Garibaldi, el guerrero. Dos heroes románticos del "risorgimento", que nunca se entendieron del todo bien. En nuestros días sus dos estatuas, erigidas en sendas plazas de Chiavari, perpetuan el orgullo de la estirpe ligur.

    Mazzini tenía ideas perfectamente coherentes, pero no era solo un ideólogo. Era también un hombre de acción, un revolucionario "radicalizado", como diríamos hoy. Eso sí, con muy escaso conocimiento de la realidad y de los hombres. Quería dirigirse masivamente al pueblo, único protagonista posible de una liberación verdaderamente democrática y para ello fundó "la jóven Italia", una especie de partido político clandestino. Sólo que el pueblo con que soñaba no existía como interlocutor válido porque no sabía leer y porque no tenía caparacidad cultural para un patriotismo que se extendiera más all´´a de los confines regionales.

    El ideólogo, que pasó una buena parte de su vida exiliado, no conocía, como hemos dicho, la realidad y menos aún a los hombres. Se arrimaban a él espías, traidores y gente irresponsable que lo embarcaba en empresas disparatadas. Siempre alguien lo convencía de que "una chispa" provocaría el incendio, sin advertir que la leña estaba verde.

      En la pequeña Chiavari, los años que transcurren entre el nacimiento de Enrique y su partida para el Río de la Plata, debieron estar cargados de polémica. Nu dudo de la profunda influencia ejercida por Mazzini sobre la juventud instruída de Génova. Enrique Rivarola no era un intelectual pero sí un idealista, seguro destinatario de la prédica revolucionaria. Vivía en plena época romántica y su espíritu sentimental y en nada materialista debió impulsarlo a una participación activa. Creo que su adhesión llegó más allá de lo méramente formal y estoy convencido de su ingreso en alguna sociedad secreta. Esto es lo único que puede explicar el peligro de su permanencia en territorio genovés. En aquel entonces "los oficialistas" italianos estaban lejos de sentirse arrollados por una rebelión, pero en cambio "los opositores" sentían como en torno suyo se estrechaba el cerco de la policía monárquica. Las delaciones eran muy comunes y los fusilamientos muy fáciles.

    Podemos, pués, afirmar, sin temos a equivocarnos que Enrique Rivarola fue republicano, liberal y activo militante revolucionario.

    En el ambiente de la ciudad natal, otra rama de la familia aparece en las filas del campo conservador y antiliberal, junto a quienes defendían la integridad de los Estados Pontificios. La casa Rivarola, del cardenal Agostino, que compartía con su hermano el márques Stefano una posición prominente, había definido bien sus ideas. El cardenal a quien  cupo un papel primerísimo durante la época del 20 en la política vaticana, siendo Legado Pontificio en Ravena, había dirigido la represión del movimiento carbonario. Firmó cerca de 500 condenas a muerte y en ello hicieron hincapié la literatura liberal y la historia escrita por sus enemigos, para cubrir su nombre de improperios, olvidando que él mismo tramitó el no cumplimiento de las condenas. Fue un personaje arbitrario y exentrico, de quien habría mucho que contar; pero jamás, que yo sepa, se pusieron en duda su patriotismo y su honradez. El pueblo de Chiavari lo recuerda por el amor a su ciudad y por el impulso que dió a las obras ampliatorias de la Catedral. Un mausoleo nada menos que en el Panteón de Roma y un busto en un templo de Asis, lo señalan como generoso benefactor de la Iglesia.

    Es muy probable que haya existido un distanciamiento entre los parientes de Chiavari. La dramática división de tendencias en la opinión pública italiano debió afectar a la paz de la familia y pienso que ello contribuyó a preparar los animos para el exilio.

    A estas motivaciones de carácter político sumábase otra de muy distinta índole: la depresión económica. Mi bisabuelo Benedetto, aunque murió jóven, vivió lo suficiente para dilapidar el patrimonio familiar. Así me lo dijo alguna vez mi primo italiano Carlo Stefano, hijo de José (Pepe) Rivarola y nieto de Esteban, muy bien informado de los antecedentes de familia. Según él, lo perdió la pasión del juego. En todo caso no fue un modelo de administrador. En ocasión del casamiento de Anna Rivarola (descendiente de la otra rama que he citado), el sacerdote David Massa esbozó en un discurso la historia de la familia desde sus remotor orígenes y aludió a los bienes que había poseído la rama de nuestro abuelo: una vasta casa con jardín en Piazza San Giovanni, una villa de veraneo, pequeñas villas anexas a la misma y más casas con jardín en Campo Borgo. ` Pero ahora todo ha sido vendido en remate público -dice- por la poca previsión de Benedetto. Esteban -concluye- tiene familia y vive de aquello que supo ganarse con la propia industria en los muchos años pasados en América´ La composición de Enrique titulada "Il disprezzo dell richezze", que cita Rodolfo, puede interpretarse como un altivo gesto de solidaridad con su padre de parte del escolar adolescente. Seguramente menudeaban las críticas contra Benedetto fuera y quizá dentro mismo del colegio.

    El padre Massa despidió en aquel discurso a la última Rivarola que dejaba Chiavari. Ella se casaba con el marqués Melli-Lupi, príncipe de Soragna, y se trasladaba a Parma. Chiavari se vió así libre de Rivarolas (creo) hasta que se radicó Carlo Stefano.

   A veces un nieto de Enrique vaga por las sombreadas recovas de vía Rivarola, penetra en las iglesias, contempla la Piazza San Giovanni y trepa por las escaleras de la "Societá Económica", la institución cultural más importante, fundada en 1791 por el marqués Stefano Rivarola. Allí, en la biblioteca ahora modernizada, se sumerge en la lectura de viejas publicaciones y manuscritos, guardados en el archivo de la familia.

    Chiavari es un remanso en el trajín turístico. No ha perdido su identidad, su milenaria identidad. Conserva siempre el carácter provinciano y es alegre y luminosa hasta en sus calles medievales. Porque su belleza no es provocativa, como la de Rapallo, Santa Margherita, Portofino y Sestri, sus vecinas de la Riviera, sino serena y apasible; se ha visto libre de la marea edilicia, que cubre con su hotelería de cemento los lugares más pintorescos. Está asentada sobre un terreno llano, a nivel del mar, y las montañas no llegan a oprimirla. La prosperidad ha rodeado el viejo centro con plácidas avenidas arboladas, a cuyo lado se alinean casas sólidas y limpias, diria, recatadamente lujosas. Ni un sólo barrio miserable o sórdido. Por todas partes un bienestar sin ostentación.

    Yo sugiero a quienes viajen por Europa que se detengan dos o tres días en Chiavari. Será un buen homenaje al abuelo ya lejano en el tiempo, responsable de que tantos nos encontremos aquí reunidos y unidos por el afecto que reinó siempre en nuestra familia ".-