martes, 15 de mayo de 2012

La casa de Papá


                                                                     Escrito por Carlos H. Rivarola
                                                                         ( en Octubre de 1966)

     Nos ha sido dicho y enseñado que para que el árbol pueda cumplir su destino de elevar su tronco vigoroso y recto hasta que su copa alcance el límite donde empieza el cielo, para que sus ramas crezcan y se multipliquen -creced y multiplicaos- y florezcan y se cubran de nuevas y verdes hojas, y juntas reciban la tibieza de los mismos soles y la frescura de las mismas lluvias, y juntas y unidas soporten las violencias de las mismas tempestades, es conveniente que hunda sus raíces profundas con fuerza, siempre en la misma tierra; que se haya elegido bien esa buena tierra y que se evite el apresurado trasplante artificial que la madre naturaleza nunca se ha atrevido a hacer por sí misma.

    Así la familia. Así el árbol familiar necesita también de "la casa" que lo simboliza y lo materialice al mismo tiempo; de la casa que debe ser "plantada" y no movida del mismo suelo, tocando la tierra y hundiendo en ella sus cimientos -sus raíces- hasta el estrato firme que asegure su perenne solidez; la casa que hoy necesitamos llamar "individual", o tal vez definir con nuevos e inarmónicos términos como "vivienda unifamiliar" para diferenciarla de las otras; lo que antes solo nombrábamos sencillamente "la casa", o a veces ceremoniosamente "la casa paterna", o mejor aun y entre nosotros, solamente "la casa de papá".....

   (He escrito estas palabras sentado ante el mismo escritorio que lo vió tantas veces, en álbas como ésta, escribir y pensar, pensar y escribir.....- Quiero juntar aquí, con ayuda de este viejo roble hecho tabla y gavetas, para mis hermanos y para sus nietos, algunos de mis recuerdos de la casa de papá, que por mi condición de hijo menor sólo pueden alcanzar a sus últimos veinticinco años. Años que coincidieron con los primeros de mi niñez y con los posteriores de mis ojos abiertos a la vida, atentos a su figura, absortos ante su muerte.....).-

    La casa de papá ahora no existe. Ya hace tiempo que arrancaron los ojos de sus ventanas y volteraron sus muros, inútiles huesos del esqueleto vacío. En su lugar se levanta ahora una moderna clínica -la que provocó el verso de Pepe- en la cual como es ya costumbre, existe un piso de maternidad. La clínica lleva el mismo número que nuestra casa: Coronel Diaz 2211.- Y allí vienen al mundo otras nuevas vidas como siguiendo el imperativo de la vieja casa: creced y multiplicaos. Porque en ella, en los años que fue de papá, nacimos sus últimos siete hijos, el primero de Horacio y la primera de María Enriqueta; y por último Beatriz Shilken, hija de nuestra prima Fabiola Tarnassi. Y ahora también, entre los nuevos hijos de otros padres -que en cierto modo quedan así ligados a nosotros- han nacido allí un nieto de Eduardo y un nieto de Pepe.

    Estuve en esa clínica hace casi tres años a visitar a un amigo enfermo -médico y valiente- después de una grave operación que no pudo evitar la causa de su fin. Me llevaron por un pasillo que daba a la calle Juncal, en el segundo piso, hasta la habitación en la que él estaba. Y luego, al mirar por su ventana y rever la imagen tan familiar desde el ángulo visual de la intersección de las dos calles, calculé mentalmente la altura de esos dos pisos modernos, recordé los altos techos de la planta baja de nuestra casa, y sentí que los años corrían hacia atras vertiginosamente.... Porque el espacio de aire en que estaba parado, no ya el mismo aire pero sí el mismo espacio, correspondía exactamente al cuarto de la esquina donde murieron mamá y papá, donde nacimos Pepe y yo. Algo de ese espacio permanecía siendo mío, siendo propiedad de mis recuerdos. Porque se puede trasmitir el dominio del suelo y la posesión de lo material, de lo tangible. Pero este espacio, fuera del tiempo, donde respiré el primer aire de mi vida y donde papá devolvió el último de la suya, sigue siendo irrevocablemente mío, intrasmisiblemente nuestro....

    Los años corren hacia atras vertiginosamente. Estoy en este mismo cuarto; mamá enferma en su cama que, mucho después reconocí, cuya cabecera apoyaba en la pared ochava de la esquina. Tengo poco más de tres años entonces. La veo solo un instante, como a través de un velo denso. Después su figura y su nombre se hacen para mí ausencia, esperanza, rebelión. Luego leyenda....Sé que a mi lado está el otro cuarto que fue el último dormitorio que usó papá y también el último que años después sería de Mario hasta su muerte. He salido al pasillo que se extiende delante de mis recuerdos. Reemplazando a las nuevas paredes que se esfuman y transforman como en un sueño mágico, en mi memoria se van enhebrando en él como perlas de un rosario la hilera de nuestros cuartos ("....cada cuarto es una perla y cada perla un rezo"....). "Aquí vivimos: jugamos, estudiamos, crecimos..." Veo de nuevo el gran hall donde se tomaba el desayuno, la terraza sobre el porch, y a través de ella el jardín. Y como un santuario, ese cuarto más privado, más acogedor y más íntimo: "el escritorio del jardín donde el sol lo encontraba trabajando...." junto a sus libros más dilectos, llenos con los hitos que dejaba su paso por las hojas, orgullosas de la amorosa caricia de sus dedos; rodeado por las fotografías de casi todos sus hijos, retrato de época, algunos con largos vestidos de encaje blancos, uno desnudito y boca abajo con la cabeza erguida, otro con melena rubia y traje de pintor.....

     Mi sombra camina otra vez por el corredor que se alarga hacia el fondo del pasado. Mis pies tratan de no pisar las largas hileras de los ejercitos "aliados" de mis soldaditos de plomo....Está abierta una de las puertas a mi izquierda. Un niño llora. Pero su llanto es el de una nueva vida para mi asombro de tío de siete años. Ha nacido en mi casa y casi tan cerca de mis años como yo de los de Pepe. Ha nacido en un sábado de Gloria, Ana María de la Gloria Rosa, la que después sería Nannina Rosa. Era hija de mi madrina y con ella empezaba entonces la serie de mis "hermanitos", que terminaría otra vez en mi casa, trece años después, cuando Mari vivía de nuevo con nosotros antes de nacer el último de sus hijos. (Todas las noches la ayudaba yo a subir la larga escalera, con su creciente carga, hasta este mismo cuarto donde ya no se oye el llanto de la recién nacida). Atravieso el vano de la puerta y siento que se mueven los años. Junto a la atenta mirada de mi admiración se está vistiendo uno de mis hermanos. Uno u otro, entonces, -Fernando, Eduardo, Pepe- es el "mayor de los solteros"; título que daba el derecho inalienable de ocupar ese dormitorio que abría sus ventanas sobre el jardín, y se bañaba de sol y de luna. Y yo me deslumbro con su jaquet, su plastron, su sombrero de copa que brilla de un modo tan rítmico, tan perfecto....El mayor de los solteros se casa y deja su cuarto al que le sigue en el orden. (Hace en estos días treinta años que terminó mi turno, pero el mío fue un privilegio no exento de melancolía; yo no era el "mayor" sino el "último" de los solteros)

    Estoy ahora al final del corredor y por un instante los ascensores del sanatorio intentan detenerme con su desconocida realidad. Mucho más fuertes, los ojos de mi recuerdo atraviesan sus puertas extrañas.....- Los sigo por un angosto pasillo y reconozco después la vieja galería con su inmensa mampara de vidrios de colores, su gran "roperón" y su asombrosa escalera -que en escala con la casa parecía de juguete- que lleva a los "cuartitos", puestos uno encima del otro como en una torre. Resuenan en ella voces lejanas y nombres antiguos: Berta, Adelaida, Juana.....Fernando está allá arriba fabricando un extraordinario avión biplano o una cantidad de palitos, una maravillosa tela celeste y una extraordinaria paciencia. Puedo oir tal vez el sonido de una guitarra o de algún otro instrumento raro que tocan Octavio y Pepe. Y gritos y algazara: juegos de guerra, de espadachines o de hidalgos montados en escuálidos zancos.... (Manes de Salgari, de Julio Verne, de Alejandro Dumas; del Quijote, de D´Artagnan y de todos los filibosteros del Caribe, yo os recuerdo y os saludo.....). Este es el reino mágico de los chicos: de ellos, que fuimos nosotros; de nosotros que fuimos ellos.

    Mis ojos se deslizan sobre el plano de la casa y noto que puedo, como incorpóreo fantasma, atravesar muros y moverme libremente en el espacio y el tiempo. Estoy otra vez en el hall y en lo alto de esa escalera que me dispongo a bajar. Recorro una vez más sus treinta y siete escalones que mis pies conocen como los de los ciegos: seis, cinco, seis otra vez y luego catorce. Los he subido a oscuras en el silencio de la noche, tantas veces. Los he bajado a saltos, o sentado acaballo en la última curva de su lustrada y suave baranda. Alguien empieza a bajar lentamente delante mío: reconozco la cabeza y la espalda de papá, que de pronto da una voltareta y cae sin que mis manos estiradas y rabiosamente impotentes puedan detenerlo. Papá tiene más de setenta años pero milagrosamente su caida no tiene consecuencias. (Desde entonces, sin decirle nada, siempre bajo delante de él, agarrado fuertemente a la baranda, listo para recibirlo en mis espaldas).

    Como un caleidoscopio, basta un movimiento imperceptible para que cambie la escena. He llegado al pie de la escalera, en lo alto del arranque inferior que dibujé muchos años después. Veo desde allí el casamiento de Mari. Hay mucha gente en "el vestíbulo del techo pintado de cielo" y el altar está puesto en la sala, sobre la pared de Coronel Diaz, lleno de flores blancas. Pero de pronto veo que no esta más la escalera, que nunca estuvo "antes"....- Porque "antes" solamente el cielo ocupaba el espacio de ese piso alto que luego lo encerro entre sus muros para llenarse con la felicidad que le pedía y con el dolor que no le negaba.....("Casamientos, nacimientos, muertes, Vida....").

    Porque papá había comprado la casa en 1896 para fundar con mamá, y junto con sus cuatro primeros hijos, la gran familia que luego fuimos, donde todos tuvimos sin distingos la misma madre. Y a la par que crecía la familia, como en una emulación de hijos y de cuartos, también crecía la casa hasta alcanzar la imagen que he dibujado, cuyo volumen externo completó en 1905 con esa planta alta donde empezó mi viaje al pasado, llegando recién en 1921 a la distribución final que he hecho en el plano y que es la que más recordamos. Ya los hijos mayores habían comenzado a su vez a formar nuevos hogares, aún antes de que naciéramos los últimos. Y entonces la casa, que de pronto veía disminuir la cantidad de sus habitantes por los sucesivos casamientos de mis hermanos, en una transmutación interna y generosa de sí misma formó un inmenso dormitorio para sus otros hijos, los libros, en esa biblioteca que llenó de admiración a nuestros ojos de niños y también a los de tantos ilustres visitantes.- La biblioteca fue desde entonces como el Aula Magna, (todas eran aulas donde él estaba), la de las grandes reuniones familiares: el centenario del abuelo, los ochenta años de papá, el largo y doloroso desfilar de tanta gente ante su féretro, puesto en diagonal en el ángulo de la esquina, rodeado de sus hijos y de sus libros. (En el mismo lugar en que estuvo velando al único de nosotros que se fué antes que él. Tenía en su corazón un rincón de preferencia para Rodolfito......)

    Pero fueron esos otros hijos fieles los que se quedaron hasta mucho después de su muerte, y hasta mucho después de la muerte de Mario. Cuando ya la casa quedaba vacía, cuando las demás habitaciones estaban desnudas de muebles y adornos, cuando solo los ecos de voces ausentes resonaban en los viejos muros como viejos fantasmas, ellos se aferraron a la casa como defensores del último baluarte, sin poder comprender que tenían que dejarla, sin darse cuenta que se habían quedao solos y que su obstinación ya no tenía sentido.....-

    Muchos recuerdos felices evoco: el comedor viejo -el que fue parte de esa gran biblioteca- y el nuevo comedor que hizo Jorge donde era la ala del billar, al que agragó una terraza que lo continuaba hacia el jardín. Las dos fiestas más importantes de la casa eran en verano: el cumpleaños de papá, cuando el jardín "se vestía de jazmines" y la madreselva y la glicina y la magnolia le regalaban su perfume; y la noche del último día de cada año, cuando esperábamos ansiosos la primera sonora campanada de las doce y yo corría a batur furiosamente el gong. (Ese mismo gong que está indicado en el plano y que ahora tengo otra vez en mi casa por regalo que me hizo Chiquita Luro después de la muerte de Clelia). Y luego, todos nos deseábamos otro "feliz año" y salíamos al jardín a buscar nuestra "estrella"; y jugábamos con fuegos de artificio y "cañitas" y "buscapiés" hasta que por último, precedido de un silencio espectante, de la respiración contenida, de las miradas de nuestros ojos que se achicaban por el sueño y se agrandaban por el asombro, desde la "plataforma de lanzamiento" de los brazos de los más altos, levantaba su vuelo "el globo", jueguete peligroso que entregábamos a las manos del viento y que se perdía luego en la noche estrellada, djándonos una sensación de zozobra que llevábamos hasta la almohada: ¿que incendio causaremos cuando caiga?.....-

    Estoy contemplando ese cuadro parado en el porch de las altas columnas. Como si diera vueltas las páginas de un viejo album van cambiando las escenas. A mis pies, sentados en los blancos escalones hay unos chicos -siempre distintos- posando entre risas para un grupo fotográfico.-

    Pero las imagenes estan superpuestas en mis recuerdos como si todas las páginas del album fuesen transparentes.....Hay un enjambre de niñas vestidas de blanco con bonetes de colores y globos, sentadas en blancas sillas y blancas mesitas: es la fiesta de "las Nanninas" en 1925 o 1926. Juegan entre las flores, sus hermanas, por los senderos que bordean los canteros de la madreselva, de las palmeras, del jazmín del cielo.... En el contorno, unos chicos mayores (otro año, otro día) corren furiosa y peligrosamente vertiginosas carreras en bicicleta. Más allá, atras de la balaustrada, resuenan como coñonazos los "goles" que pegan en la cortina metálica del garage, en la que hace las veces de cancha de futbol, la entrada de autosm todavía adoquinada, donde el declive daba ventaja al "equipo" que jugaba en contra del portón de la calle. Y más lejos -luego borrado, para siempre y para mí tempranamente- el otro ruido acompasado y envuelto en un velo respetuoso de admirativo silencio: estan jugando al tenis "los grandes". Con ellos, algunas y algunos que luego brillaron en otras canchas y en otros torneos....Puedo ver también al fondo, esa especie de "chalet" que había encima de los garages; y atras de ellos, un depósito con unas divisiones que en otro tiempo, un tiempo que para mí pertenecía a la historia de la casa, un tiempo legendario, casim increíble, se utilizaba para guardar los petizos "verdaderos" que montaron cuando chicos los mayores de mis hermanos. Aquí fue donde "hicimos las primeras incursiones en el reino de los misterios....."

    Ahora el jardín está dormido bajo la mirada vigilante de la luna. Exhala su perfume antiguo la glicina de la verja. Alguien salta por arriba de la puerta de hierro, con la complicidad amistosa del sereno: nos hemos olvidado la llave grande....o nos hemos escapado sin ella.

    Esta otra es una mañana luminosa de diciembre de 1937. Papá cumple 80 años. Mi sombra está a su lado en este porch desde el que contempla, lleno de felicidad tan merecida, la entrada en desfile que por esa puerta hacen sus nietos, dirigidos por Mari y por Clelia, con regalos por el Gran Abuelo.....(Esa misma puerta que ahora tiene abiertas sus dos hojas para que salga por última vez el "Viejo Tronco" llevado por los brazos de sus ramas desgajadas....También es primavera. Lloran las rosas y las fresias y las calas, que estan recibiendo la visita y el saludo acongojado de una inmensa cantidad de flores blancas aprisionadas en los duros ropajes de sus verdes coronas).

    Desde esta atalaya del recuerdo miro como se aleja el imponente cortejo y oigo los últimos ecos del resonar de los cascos de los caballos en el empedrado de Coronel Diaz.....

     Después el jardín está solo, recogido en su Gran Silencio. (Casi puede escucharse el llanto de las flores....) Pero de pronto parece como si una niebla espesa oscureciese el cielo, como si fuese una negra noche sin luna y sin estrellas. Ya no puedo ver las imagenes del viejo album....Papá se ha ido y no volverá nunca más. Sin su presencia, el jardín y la Casa quedan vacios.

                                               " Y esta es su historia que ninguno olvida:
                                               " Nacimientos, casamientos, muertes.....Vida.
                                               " Alegrías y dolores en ella cupieron,
                                               " (los hijos vinieron, crecieron, se fueron.....)
                                               " El aire vacío conserva visiones
                                               " de ausentes muros, flores y balcones.
                                               " El tiempo la fue haciendo y el tiempo la ha llevado
                                               " su historia sencilla, ahora ha terminado "




No hay comentarios:

Publicar un comentario