martes, 8 de mayo de 2012

La Italia de Enrico Rivarola y las razones de su venida a América


     Me han llegado desde Génova, enviadas por Filippo Bennicelli (marido de Florencia Rivarola) unas palabras escritas por Enrique (Enriquito) Rivarola al conmemorarse en el año 1979, los 150 años del nacimiento de Enrique, el fundador de nuestra familia aquí, en la Argentina, con destino a ser incluídas en  este blogg destinado a reunir recuerdos, comentarios y anecdotas de la misma, sobre todo para el conocimiento de las generaciones que siguieron a las primeras. Me limito simplemente a transcribirlas:

    " No por ser el más viejo de los nietos (que no lo soy), sino quizá como tercer Enrique en línea descendente, he asumido la grata responsabilidad de hablar en esta conmemoración de don Enrique Rivarola, nacido el 28 de agosto de 1829, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo y cuarto abuelo en el hoy frondoso ramaje de nuestra familia.

     Nada sustancial puedo agregar, a las justas, sobrias y emocionadas palabras con que mi tío Rodolfo evocó su figura en oportunidad de centenario del nacimiento. Recuerdo aquel lejano agosto de 1929. Entonces vivía toda la primera generación, excepto una María Luisa (por nuestra bisabuela María Luigia Codevilla) que murió en 1861. Hoy se encuentran extinguidas las ramas de Camilo y desde hace pocos días la de Alfredo, con el fallecimiento de Sarita. Las seis ramas restantes se han multiplicado en tal medida, que ahora sería imposible congregarnos todos en cualquiera de nuestras casas particulares.

     A los datos documentales, Rodolfo unió los recuerdos de su niñez y de su juventud, para trazar los rasgos de la personalidad de su padre. Nada podría agregar en sustancia, repito, a ese cuadro tan vívido; pero sí puedo hacer algunas acotaciones, fruto del cariño y de la curiosidad por la vida del abuelo a quien desgraciadamente no llegué a conocer.

     Muchas veces he meditado sobre un aspecto algo misterioso de su biografía. El de los reales motivos que tuvieron para emigrar aquellos hermanos genoveses: Esteban, Enrique y entiendo que juntamente Domingo, perdido en el Paraguay, según oi decir el casa de mi padre. Me he preguntado sobre ello y he procurado acercarme un poco a los hechos, para indagar su sentido y hallar una explicación verosimil. En el año de su llegada al Rio de la Plata, 1848, no había ni en Italia ni en la Argentina una política migratoria y nuestro país semidesértico ofrecía muy azarosas opciones de prosperidad. ¿Porqué eligir un destino tan remoto, abandonando el asiento secular de la familia y despojándose en tierra desconocida del "status" que revestían en su ciudad natal?

    El "status" puede deducirse del sólo hecho de la instrucción recibida. La cifras estadísticas correspondientes al año 1861, treinta años después del nacimiento de Enrique, daban para el nuevo reino (que no comprendía Roma ni Venecia), una población de 22 millones de habitantes, con un 80% de analfabetos; un total de 6.500 estudiantes universitarios y sólo un 6 por mil de estudiantes secundarios (poco más de 130.000). El joven ligur, que traía en sus maletas libros de Horacio y Cicerón, que conocía el latín y podía escribirlo en prosa y en verso, pertenecía sin duda a un estrato privilegiado de la sociedad de su tiempo. Por algo los críticos de la cultura italiana de entonces dijeron que la escuela había sido "un instrumento de clase". De clase no necesariamente opulenta pero sí de un nivel social por encima de lo modesto. ¿Porqué entonces desarraigarse, dejando amigos, afectos, vínculos espirituales, todo un capital humano, para instalarse en un país sin organización constitucional, con un territorio en gran parte dominado por el indio, sin serios proyectos de desarrollo industrial o agrario y con un bajo nivel de intercambio comercial?

    Recuerda Rodolfo haber escuchado de su propio padre la escueta versión de que el viaje, motivado en la situación política, fue sugerido por el temor de la madre y la prudencia del hermano.

    Y bien: si nos detenemos a mirar el panorama de los estados italianos y especialmente el de la Liguria en las décadas del 30 y del 40, encontramos ámpliamente corroborada esa motivación. No solo eso: podemos determinar con certeza el credo político de nuestro abuelo.

    Es necesario recordar que la causa de la unidad del país, que conmovió el espíritu de los italianos desde principios del siglo XIX, fue por demás compleja. No fue la causa de un pueblo movido por un objetivo común bien definido y agrupado masivamente al lado de sus líderes. La causa de la unidad estuvo desde el comienzo teñida por ambiguedades y contradicciones que sembraron la duda en quienes querían pasar del pensamiento a la acción. Y es bien sabido que la duda genera angustia.

    Años de confusión y angustia fueron los que vivió Italia desde el día del nacimiento de Enrique hasta el de su partida para Buenos Aires, en algún mes de 1848.

    En efecto: el fin prioritario de la unidad era más claro como especulación retórica que como realidad política y social. Italia era, por cierto, una unidad geográfica afirmada en su conformación peninsular. Pero en cuanto a su unidad histórica, había que remontarse a la antiguedad para invocarla; y para sentirla como ideal patriótico era necesario un trabajo de imaginación que solo podían cumplir los que habían tenido acceso a la cultura. Desde el medioevo y durante el Renacimiento los Estados en que se dividía la peninsula su habían consumido en rivalidades sangrientas. No había unidad linguistica y las lenguas locales, a pesar de su común origen, no servían para la comnunicación entre los pueblos. Fue dificil y muy controvertida la elección de aquella que debía ser la de todos los italianos. Si en Italia se ha producido "un milagro" en la acepción terrenal de la palabra, es el de la difusión efectiva del toscano como idioma nacional. Tampoco había unidad económica, por el desigual desarrollo de la agricultura; y ya existía la oposición norte-sur, que hoy se manifiesta con agudas repercusiones.

    Además, un problema dividía a los soñadores de la unidad: ¿quien debía ser el ejecutor? ¿el jefe de algún Estado italiano? ¿el pueblo? ¿una potencia extranjera? Y también, por encima de todo, otro ingrediente contribuía a dificultar el compromiso de intelectuales, gobernantes y políticos: el liberalismo.

    Gran parte de los conductores del movimiento eran iluministas y querían que la unidad se alcanzara bajo el signo democrático, ya fuera en una república o en una monarquía constitucional.

    Por razones históricas, Génova era de tradición republicana. Anexada por el Tratado de Viena al reino Sardo Piamontés, su opinión pensante se encontraba particularmente sensibilizada con los ideales de independencia y libertad. En otros términos, "la Soberbia" (la "Super Génova", como la llamaban antaño), vencedora de Pisa y rival de Venecia, vivía desde hacía mucho bajo el poder extranjero. Es natural entonces que los dos máximos líderes genoveces de la causa unitaria fueran republicanos y liberales: Mazzini, el ideólogo y Garibaldi, el guerrero. Dos heroes románticos del "risorgimento", que nunca se entendieron del todo bien. En nuestros días sus dos estatuas, erigidas en sendas plazas de Chiavari, perpetuan el orgullo de la estirpe ligur.

    Mazzini tenía ideas perfectamente coherentes, pero no era solo un ideólogo. Era también un hombre de acción, un revolucionario "radicalizado", como diríamos hoy. Eso sí, con muy escaso conocimiento de la realidad y de los hombres. Quería dirigirse masivamente al pueblo, único protagonista posible de una liberación verdaderamente democrática y para ello fundó "la jóven Italia", una especie de partido político clandestino. Sólo que el pueblo con que soñaba no existía como interlocutor válido porque no sabía leer y porque no tenía caparacidad cultural para un patriotismo que se extendiera más all´´a de los confines regionales.

    El ideólogo, que pasó una buena parte de su vida exiliado, no conocía, como hemos dicho, la realidad y menos aún a los hombres. Se arrimaban a él espías, traidores y gente irresponsable que lo embarcaba en empresas disparatadas. Siempre alguien lo convencía de que "una chispa" provocaría el incendio, sin advertir que la leña estaba verde.

      En la pequeña Chiavari, los años que transcurren entre el nacimiento de Enrique y su partida para el Río de la Plata, debieron estar cargados de polémica. Nu dudo de la profunda influencia ejercida por Mazzini sobre la juventud instruída de Génova. Enrique Rivarola no era un intelectual pero sí un idealista, seguro destinatario de la prédica revolucionaria. Vivía en plena época romántica y su espíritu sentimental y en nada materialista debió impulsarlo a una participación activa. Creo que su adhesión llegó más allá de lo méramente formal y estoy convencido de su ingreso en alguna sociedad secreta. Esto es lo único que puede explicar el peligro de su permanencia en territorio genovés. En aquel entonces "los oficialistas" italianos estaban lejos de sentirse arrollados por una rebelión, pero en cambio "los opositores" sentían como en torno suyo se estrechaba el cerco de la policía monárquica. Las delaciones eran muy comunes y los fusilamientos muy fáciles.

    Podemos, pués, afirmar, sin temos a equivocarnos que Enrique Rivarola fue republicano, liberal y activo militante revolucionario.

    En el ambiente de la ciudad natal, otra rama de la familia aparece en las filas del campo conservador y antiliberal, junto a quienes defendían la integridad de los Estados Pontificios. La casa Rivarola, del cardenal Agostino, que compartía con su hermano el márques Stefano una posición prominente, había definido bien sus ideas. El cardenal a quien  cupo un papel primerísimo durante la época del 20 en la política vaticana, siendo Legado Pontificio en Ravena, había dirigido la represión del movimiento carbonario. Firmó cerca de 500 condenas a muerte y en ello hicieron hincapié la literatura liberal y la historia escrita por sus enemigos, para cubrir su nombre de improperios, olvidando que él mismo tramitó el no cumplimiento de las condenas. Fue un personaje arbitrario y exentrico, de quien habría mucho que contar; pero jamás, que yo sepa, se pusieron en duda su patriotismo y su honradez. El pueblo de Chiavari lo recuerda por el amor a su ciudad y por el impulso que dió a las obras ampliatorias de la Catedral. Un mausoleo nada menos que en el Panteón de Roma y un busto en un templo de Asis, lo señalan como generoso benefactor de la Iglesia.

    Es muy probable que haya existido un distanciamiento entre los parientes de Chiavari. La dramática división de tendencias en la opinión pública italiano debió afectar a la paz de la familia y pienso que ello contribuyó a preparar los animos para el exilio.

    A estas motivaciones de carácter político sumábase otra de muy distinta índole: la depresión económica. Mi bisabuelo Benedetto, aunque murió jóven, vivió lo suficiente para dilapidar el patrimonio familiar. Así me lo dijo alguna vez mi primo italiano Carlo Stefano, hijo de José (Pepe) Rivarola y nieto de Esteban, muy bien informado de los antecedentes de familia. Según él, lo perdió la pasión del juego. En todo caso no fue un modelo de administrador. En ocasión del casamiento de Anna Rivarola (descendiente de la otra rama que he citado), el sacerdote David Massa esbozó en un discurso la historia de la familia desde sus remotor orígenes y aludió a los bienes que había poseído la rama de nuestro abuelo: una vasta casa con jardín en Piazza San Giovanni, una villa de veraneo, pequeñas villas anexas a la misma y más casas con jardín en Campo Borgo. ` Pero ahora todo ha sido vendido en remate público -dice- por la poca previsión de Benedetto. Esteban -concluye- tiene familia y vive de aquello que supo ganarse con la propia industria en los muchos años pasados en América´ La composición de Enrique titulada "Il disprezzo dell richezze", que cita Rodolfo, puede interpretarse como un altivo gesto de solidaridad con su padre de parte del escolar adolescente. Seguramente menudeaban las críticas contra Benedetto fuera y quizá dentro mismo del colegio.

    El padre Massa despidió en aquel discurso a la última Rivarola que dejaba Chiavari. Ella se casaba con el marqués Melli-Lupi, príncipe de Soragna, y se trasladaba a Parma. Chiavari se vió así libre de Rivarolas (creo) hasta que se radicó Carlo Stefano.

   A veces un nieto de Enrique vaga por las sombreadas recovas de vía Rivarola, penetra en las iglesias, contempla la Piazza San Giovanni y trepa por las escaleras de la "Societá Económica", la institución cultural más importante, fundada en 1791 por el marqués Stefano Rivarola. Allí, en la biblioteca ahora modernizada, se sumerge en la lectura de viejas publicaciones y manuscritos, guardados en el archivo de la familia.

    Chiavari es un remanso en el trajín turístico. No ha perdido su identidad, su milenaria identidad. Conserva siempre el carácter provinciano y es alegre y luminosa hasta en sus calles medievales. Porque su belleza no es provocativa, como la de Rapallo, Santa Margherita, Portofino y Sestri, sus vecinas de la Riviera, sino serena y apasible; se ha visto libre de la marea edilicia, que cubre con su hotelería de cemento los lugares más pintorescos. Está asentada sobre un terreno llano, a nivel del mar, y las montañas no llegan a oprimirla. La prosperidad ha rodeado el viejo centro con plácidas avenidas arboladas, a cuyo lado se alinean casas sólidas y limpias, diria, recatadamente lujosas. Ni un sólo barrio miserable o sórdido. Por todas partes un bienestar sin ostentación.

    Yo sugiero a quienes viajen por Europa que se detengan dos o tres días en Chiavari. Será un buen homenaje al abuelo ya lejano en el tiempo, responsable de que tantos nos encontremos aquí reunidos y unidos por el afecto que reinó siempre en nuestra familia ".-



2 comentarios:

  1. Hola! estoy intentando conseguir la partida de Nacimiento de Enrique. Algun Rivarola la ha conseguido? sabes?

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  2. Hola, que lindo saber sobre la historia de mi familia!

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