domingo, 1 de abril de 2012

El Castillo Rivarola


En un libro de la familia que dese siempre estuvo en casa, se comenzaba la historia de Enrique Agustín Rivarola, el primero de nuestra rama familiar en establecerse en estas tierras, señalando que había nacido en "antíquísima finca de verano, que poseía su familia, llamada "il Castello", en lo alto de la montaña a cuyo pié esta la ciudad (de Chiavari) "



Despertando todas mis fantasias infantiles, en ese mismo libro se explicaba que un tal Guillermo Rossi o Rosso, conde de San Secondo, como perdió el castillo que su familia poseía en Parma, construyó otro en la Liguria hacia el año 1089, a orillas del río Lavagna o Entella, sobre las montañas cercanas a Chiavari, al que llamó "de Rivarolo" al igual que aquel otro, y hasta el cual también llegaron sus enemigos -los güelfos- para destruirlo. Esa enemistad tan acendrada tenía su origen en el hecho de ser los Rossi o Rosso gibelinos, vale decir partidarios del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que sus poderoso enemigos lo eran del Pontífice romano.



Sin embargo en el año 1132 el castillo había sido reconstruído en el mismo lugar, a pesar que el hijo de aquel Rossi - Francisco- pasó a hacerse llamar "Rivarola", adoptando así como apellido el de su lugar de origen, el mismo que sus descendientes hemos venido utilizando desde entonces. Conociendo de esos antecedentes desde tan chico, facil resulta imaginar con cuanta ilusión llegue a Chiavari a mediados del año 2004, imaginando que todo eso que hoy veían mis ojos, antes había sido disfrutado por muchísimas generaciones de Rivarolas.






Detuvimos el auto en una plaza céntrica y cerrada con edificios por los cuatro costados, y allí a






pasos nada más se encontraba la via Rivarola, así anunciada en una piedra que estaba en lo alto de una columna, la que recorrimos bien despacio, observando los diferentes edificios de tres plantas que se encontraban a ambos lados, junto a los arcos de una larga recova que servía de techo para las veredas.



Al final de esa calle, tres o cuatro cuadras adelante, se nos apareció una placita pequeña, y sobre ella un mercado callejero, con puestos de verdura, comidas, venta de libros, de recuerdos, etc., etc. Se trataba de la Pîazza di S. Giovanni, frente a la cual se encontraba -según aquel viejo libro- la casa habitación de la familia, y de la cual salió una vez Enrico para embarcarse hacia nuestro país.






En uno de los ángulos de esa plaza se encontraba la iglesia de S. Giovanni, extremadamente sencilla y practicamente sin gente, en la que solo se encontraba un sacristán con cara de ¿ustedes quienes son? . Casi le digo que un descendiente de los gibelinos, pero no quería comenzar con el mismo conflicto mil años más tarde, así que me limité a regalarle una oración a la Virgen que estaba en el altar principal, en especial por el alma de Luisa Codevilla, la madre de Enrico quien -quizás- en ese mismo lugar había resuelto que el exilio sería la mejor manera de proteger la amenazada vida de su hijo, comprometida por su entusiasta adhesión a los movimientos políticos que propiciaban la controvertida unidad de su patria.


En las oficinas parroquiales consultamos por datos que pudieran ponernos en contacto con algunas sepulturas de la familia, pero no encontramos nada durante el escaso tiempo del que disponíamos, y al no haber podido encontrar, tampoco, ninguna referencia sobre el viejo castillo, emprendimos el regreso con bastante desaliento. Algún tiempo después, indagando sobre el mismo tema, me dijeron que el castillo habá sido levantado en otro lado, más arriba en la montaña, pero que estaba totalmente destruído y que del mismo no quedaban más que los recuerdos transmitidos oralmente.-


Fue a raíz de eso que tres años más tarde, en el 2007, un domingo por la mañana volvimos para corroborarlo, ya que -como dije- ese era un lugar al que siempre había querido llegar. Efectivamente había que trepar -desde Chiavari, que está al nivel del mar- hacia las montañas, exactamente hasta el sitio en que el escasamente caudaloso río Entella cruza la carretera, la que se debe abandonar para comenzar a subir la montaña por un camino que va dando varias vueltas, hasta llegar al lugar donde se levanta una iglesia, la chiessa di Rivarola, según explicaba un cartelito.



Es que así se llama el lugar, "Rivarola", que pertenece a la Comuna de Carasco, vecina de Chiavari, pero que tiene su propia identidad. En el lugar nos atendió un sacerdote que acababa de celebrar misa, y nos explicó que del Castello, efectivamente, no quedaba nada, si bien se podía ascender hasta el lugar por un sendero de piedras, bastante empinado, que comenzaba precisamente allí, donde un cartelito turístico mencionaba al "Castello Rivarola" junto a una flechita hacia arriba, y comenzamos a subir.




Lo que pude deducir es que se trataba de un viejo camino, ascendente y circular que se dirigía hacia el mismo pico de la

montaña, pero previsto para ser utilizado a caballo. Esa mañana de septiembre hacía bastante calor y la trepada era ciertamente muy empinada, pero yo sentía como una fuerza interior que me impulsaba a seguir adelante, mientras pensaba que mi abuelo Horacio -años antes- y también mi bisabuelo Rodolfo, deberían haber trepado por el mismo sendero, mientras Anamá -mi mujer- me seguía con toda paciencia y buen humor, sacando fotos, sorprendida de mi repentina agilidad.-


Arriba solo encontramos un viejo "campanello" de piedra, único vestigio de lo que fuera nuestro antiguo castillo, con un reloj -más moderno, claro- debajo del sitio destinado a las campanas, que por supuesto no estaban. El lugar estaba ubicado exactamente al final de la cuesta, y desde allí se podía apreciar claramente como corría allá abajo el río que diera lugar a que se nos bautizara a todos los descendientes de don Guillermo como "los de la rivera del río" o más simplemente "los Rivarolas".Mirando hacia arriba,en cambio, todo era silencioso y no se veía nada más que piedras y musgo; era más que evidente que allí no encontraríamos nada más, y comenzamos a descender.

La verdad es que igualmente me sentía muy feliz; muchos años hacía que tenía la ilusión de poder llegar a ver, con mis propios ojos, ese lugar del cual tanto había oido hablar o leido muchas veces, y me imaginaba como debería haber sido todo aquello mil años antes, aunque desde el punto de vista de la naturaleza, muy semejante, con el mar allá a lo lejos y aquí abajo ese río corriendo a su encuentro, mientras desde estas alturas se podía dominar todo lo que ocurriera alrededor, desde la distancia. Llené bien mis ojos de aquellos paisajes, dimos una nueva vuelta por la iglesita, nos detuvimos un ratito en el cementerio, adonde tampoco encontramos alguna inscripción familiar, y nos volvimos, esta vez sí, con la sensación de haber saldado una cuenta pendiente.


Igualmente, no me quedé tranquilo, porque el librito decía que Enrico había nacido "en antiquísima finca de verano llamada il Castello, y como ese nacimiento había ocurrido en 1829, no podía ser que a menos de 200 años no quedara del lugar piedra sobre piedra, al igual que si se tratara de un edificio arrasado.


Puesto a investigar sobre lo que podría haber ocurrido, llegué a la triste conclusión que el Castillo, en realidad, no había pertenecido a nuestra familia más que en sus remotos orígenes, y como las viejas construcciones que quedan en pié en Europa son las que pertenecieron a los vencedores, nuestro castillo se perdió, para siempre, en alguno de aquellos bravos y duros enfrentamientos que sembraron la historia italiana.


Quedó el lugar, pero como sitio; "Rivarola", es entonces sólo un lugar, pero no un castillo, tan lugar como lo es el vecino pueblo de Lavagna -algo más hacia arriba- de donde provenían los enemigos que destruyeron el primer castillo, ya que el segundo no fue levantado por la familia sino por la República de Génova para protección de sus propios intereses, en el mismo sitio adonde había estado el primero, y que seguramente corrió la misma suerte de aquel en alguna batalla que los genoveses perdieron, y que luego los vencedores hicieron desaparecer hasta las piedras, como se estilaba.









No teníamos, pués, ni nunca tuvimos los Rivarola "un Castello", al menos en los últimos, digamos, mil años, y "la antiquísima finca de verano" que poseía la familia de Enrico, adonde éste nació, con toda seguridad que estaba ubicada en ese lugar en lo alto de la montaña a cuyo pié esta la ciudad, pero no en un castillo, sino en una finca llamada "il Castello", como en realidad se dice en el viejo libro; en un interesante y pequeño barrio suburbano de Chiavari, llamado precisamente así
" Rivarola ".



































































































































































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